La vuelta al cole y yo
- JR Vera
- 10 sept 2018
- 5 Min. de lectura

Hoy venía dispuesto a hablar sobre un descubrimiento que podría cambiarlo todo, pero por lo visto ya se me han adelantado y ya hay mucha gente que sabe que la Tierra no es el centro del universo. Por lo visto fue un tal Copérnico quien dijo que "Li Tiirri ni is il cintri dil inivirsi". Puto listo de mierda. Es por eso que voy a hablar de otra cosa, de eso que da de comer a los psicólogos y a las papelerías de este país. Sí amiguitos, hoy voy a hablar de LA VUELTA AL COLE, el momento más feliz para los abuelos, el más caro para los padres y el más triste para los crios. A tomar por saco la depresión postvacacional, bienvenida la depresión escolar. Como todo el mundo sabe, porque lo han dicho cientos de veces en Sálvame, los primeros homínidos fueron africanos y, de entre estos, el primer homo sapiens que fue al cole, en lo que hoy conocemos como Israel (país arriba país abajo), fue una niña preciosa de pulgares oponibles perfectos llamada Gnouggneg (se pronuncia como se escribe). El segundo día, un martes, cuando iba a recibir clases sobre los hiatos, las raices cuadradas o sobre lo pretencioso que era Copérnico, se la comió un velociraptor por el camino. De ahí la angustia por la vuelta al cole por parte de los niños. Hoy quiero rendir homenaje a la buena de Gnouggneg. Va por ti, pequeña. Llega un día a mediados de septiembre, cuando los anuncios de coleccionables por fascículos empiezan a taladrarte la cabeza, en que los que llevan tres meses asalvajados, sin horarios, sin rutinas y sin despertador, han de volver al cole. Se les ve tristes, taciturnos, nerviosos e irascibles... Efectivamente, los profesores no llevan bien eso de volver a trabajar, pero ¿Sabéis quien lo lleva fatal también? Los chavales. Es raro porque en los anuncios del Corte Inglés, los de la vuelta al cole, los niños parecen felices. Supongo que si puedes permitirte el lujazo de comprar ropa en la tienda de retales británicos es que tienes dinero suficiente para salir feliz en los anuncios, pese a tener que volver a las clases. El caso es que en la vida real los chicos no quieren volver. Alguno hay que quiere ver a los amigos que no ve desde hace meses pero por lo general se agarran a los marcos de las puertas o dejan sus uñas en las paredes con tal de que no puedas llevarlos ante sus maestros. A ti te da algo de pena, pero lo haces por su bien, alguien tiene que educarlos y, por supuesto, no vas a ser tú, su padre. Eso sería de locos. Salvo por la parte monetaria los grandes beneficiados de la vuelta al cole son los padres. Por fin sus hijos se despegarán de la tele, del móvil, se irán a dormir relativamente pronto y, sobretodo, se cansarán. Ya no tendrán que hacer malabares en su trabajo para organizar el día a día y podrán dar descanso algunas horas a las abuelas, que deben estar contando los segundos que les quedan de ser institutrices a tiempo completo. La culpa, claramente es de los gobiernos y las empresas que no dan soluciones a los problemas domésticos de la plebe y no dan a los padres los mismos tres meses de vacaciones que a la chiquillería. No todos somos autónomos con superpoderes, algunos necesitamos descansar. De hecho, los niños son los que menos necesitan los 90 días de vacaciones. Con la energía que se tiene de jóven es una pena desaprovecharla y que no hagan algunas horitas cosiendo cosas para Zara o Adidas. Pero no todo es maravilloso. Ser feliz y que tus hijos vuelvan al cole a molestar a otros vale dinero. Todo empieza cuando tienes que vender un ojo, un riñón y las joyas de tu abuela para comprar el material escolar. O los libros de textos están hechos de oro o engrasan las imprentas con aceite de oliva virgen extra... Pero ahí no queda la cosa. Hay que comprar libretas, gomas, lápices, reglas, bolis, carpetas, carpesanos, sacapuntas, rotrings, un caballo alado, folios, gilipolleces varias de Mr. Wonderful con frases chorras y una mochila reforzada con hilo de Krypton para aguantar el peso... Pero ahí tampoco queda la cosa. Después del primer día de clase cada profesor les da una lista de material que necesitan específico para su asignatura. 75 euros para plástica, 40 en música, 24 en no sé que leches de sociales, y así. Por ejemplo, yo este año tengo que comprar una flauta barroca de madera para que mi hija la use de silvato. Todo tiene que ser de la marca exacta que te digan, no sea que pilles unos rotuladores marca Hacendado y estalle el universo.... Pero aquí tampoco queda la cosa. Hay que apuntar a los hijos a extraescolares: futbol, baile, voley, música, teatro, natación, etc... Cada una entre 15 y 40 euros al mes. Yo de pequeño jugaba a futbol, bailaba y hacía teatro gratis en la calle pero ahora necesitan equipación, protección, una Nimbus 2000 nuevecita para el quidditch y ropa de entrenamiento.... Pero ahí tampoco acaba la cosa, porque los niños, encima, quieren comer en septiembre. A este mes añadidle una fiesta mayor y el cumpleaños de tu primogénita, como es mi caso, y vosotros también preferiríais ir a Mordor a rodar las escenas más gores de Holocausto Caníbal con el hermano psicópata de Jack el destripador antes que afrontar la vuelta a cole. El tema de los libros merece un capítulo aparte. Las editoriales cambian sus libros cada 2 o 3 años para que las familias con varios hijos no puedan reutilizarlos y así obligarles a comprar más libros. Son unos hijos de puta (las editoriales, no las familias), eso es así. ¿Cuántas leyes físicas pueden cambiar en tres años? ¿Una? ¿Ninguna? ¿Cuántos ríos brotan nuevos en la serralada cantábrica en ese periodo? ¿Cuántos phrasal verbs cambian en inglés? ¿Cuántas figuras retóricas quitan o se añaden cada curso? ¿cambia mucho un tetraedro isofacial en un lustro? ¡Pues si no cambia nada no cambiéis los libros, perros malditos! Aunque hay algo peor que gastar dinero... Y solo de pensarlo un escalofrío recorre toda la extensión de mi orondo cuerpo. Al empezar las clases hay que hacer algo siniestro. Has de meterte en el grupo de whatsapp de la clase de tus hijos, la única forma humana de saber si tus retoños tienen deberes, qué tienen que llevar a las excursiones y de averiguar quien es el responsable de la entrada de piojos en sus aulas. No lo llevo bien, la verdad. Aún me despierto con sudores fríos por la espalda cuando sueño que en el grupo anuncian que hay que entregar al día siguiente un trabajo sobre el ciclo del agua, que mi hija no lo ha hecho y que tengo que hacerlo yo durante la noche. Espero que, en un futuro cercano, los padres de la clase de mi hija en la facultad de ingeniería sean buena gente... Y que mantengan las cabezas de sus hijos libres de piojos. Bueno, lo importante en septiembre es mantener la calma, apretar los dientes y prostituirse para conseguir dinero SOLO si es estrictamente necesario. Por los niños no os preocupéis, son fuertes, saldrán de esta. En unas pocas semanas se les habrá pasado la tristeza, no tendrán tiempo para lamerse las heridas entre los deberes y las extraescolares. Me preocupan más los profesores, la verdad. En mi grupo de whatsapp de padres de alumnos ya hemos hecho porrita de a ver qué maestro coge antes la baja por depresión. Si aguantar a los hijos propios, sangre de tu sangre, ya cuesta, no quiero ni imaginar cuidar a 25 crios con los que no tienes ningún vínculo salvo ese pánico a volver a las clases en septiembre. PD: la ilustración es de Roger Wilson, el más grande. PD2: Os he mentido. Jamás he bailado en las calles. Y menos, gratis. PD3: Esta reflexión puede contener trazas de realidad. Ningún tetraedro, ya sea isofacial o no, ha sufrido daño alguno en el transcurso de esta investigación.
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