Los viejóvenes y yo
- jramonvera
- 19 oct 2018
- 5 Min. de lectura

Me he empeñado desde que tengo uso de razón en ser un buen samaritano y en intentar transmitir la sabiduría que poseo, que es mucha y abundante. Por eso nacieron estas reflexiones, para que tuvierais las herramientas suficientes para hacer un mundo mejor para mí... pero me estáis fallando. Iba a contaros hoy las fórmulas para convertir el agua en vino, la grasa en músculo y otra para que usando músculo y vino podáis fabricar oro en vuestras casas, pero os jodéis. Hablaré de otra cosa, algo insustancial. Sí amiguitos, hoy os hablaré de esas personas que le han cambiado el concepto a todo, los VIEJÓVENES, esos seres que juegan a consolas, van con la bici y visten como adolescentes pero no pueden comer pizza dos horas antes de irse a dormir sin que esta le de la noche. Yo soy viejóven. Era joven, y de repente... A quién quiero engañar, yo nunca he sido joven. Pero si fuera un viejóven al uso diría: "era jóven, y de repente ya no podía comerme una tarrina de helado de un litro cuando iba al cine" (basado en hechos reales). Estoy a dos telediarios de quedar los domingos temprano para ir a andar o de querer sentarme al solecito. Hubo un tiempo, entre que el hombre descubrió el fuego y Colón empezó a traficar con los paquetes de Winston que traía de extraperlo de América, que las personas, a los 40 años, solían morir. Grandes tiempos para las funerarias. En un pasado más cercano, cuando daban la Bola de Cristal y lo más de la moda eran las hombreras, esos seres de 40 años eran señores mayores que odiaban la música de la movida madrileña, se tapaban la calva con el pelo circundante y fumaban en hospitales, autobuses y guarderías. Esos cuarentones eran nuestros padres. Hoy día, desde que la adolescencia dura 25 años, y los 40 son los nuevos 18, os podéis imaginar que la cosa ha cambiado. Ya no somos cuarentones, somos cuarentañeros o peor aún, viejóvenes. Una mierda de término que nos hemos inventado para definir el complejo de Peter Pan de las personas que crecimos con Mayra Gómez Kemp y el Un, dos, tres. Reconocer a un viejoven es complicado. Se empeñan en vestir igual que los de 20 (ir a la moda, vaya, con todo lo malo que ello representa) por lo que distinguirlos de espaldas es difícil si no peinan canas o enseñan coronilla. Lo más fácil para identificarlos es ver si manda a sus hijos a la cama temprano, cosa que significa no que quiera que su vástago duerma sus horas reglamentarias, sino que cree que ya le toca a él jugar a la Play y para ello debe "desenchufar" al niño. También se les reconoce por ser los que hacen actividades de jóvenes como submarinismo, ciclismo, alpinismo o ir al salón del cómic siendo poseedores de una barba espesa. Si son mujeres, son las que van con el patinete, hacen vía ferrata o paddle surf y las reconoceréis por llevar una pequeña bolsa con tiritas, galletas y toallitas, que una es viejoven pero sigue siendo madre... No como el padre, que es un niño barbudo. Creo que los de 40 nos refugiamos en las cosas de ser jovenes porque la vida, sin duda, ha sido dura con nosotros. Fuimos los últimos que paseamos el chandal de la mili por las calles, somos los siguientes a los que les mirarán la próstata, los últimos que nos tomamos los gin- tonics en vaso de tubo y sin guarrerías ni hierbecitas, y los primeros en usar copa de balón y ponerle más especias que a la comida india, los primeros en solucionar los problemas haciéndose runners y los próximos en tener las orejas llenas de pelos. Somos la escoria de la humanidad, y en cuanto a los seres vivos solo somos mejores que los ñus y las amebas. Ante la falta de la gracia de Dios nos hemos visto obligados a joderles la vida a nuestros hijos para que sean como nosotros y crear así una brecha en el continuo espacio tiempo para liar al todopoderoso: que nos gustan las pelis de superheroes, pues a los hijos que también les guste (que se jodan); que nos gustan las montañas rusas, pues para Portaventura nos vamos un domingo a hacer como que somos muy guays mientras los críos piden a gritos quedarse en la cama durmiendo; que nos gusta ir en bici, pues vestimos al niño de Perico Delgado y le ponemos una bici entre las piernas. Eso sí, con casco, que no somos unos monstruos como nuestros padres. Los viejóvenes, a veces, cometen el error de usar a sus hijos como excusa para sus locuras: "No... Es que vamos a hacer parapente porque al niño le gusta", ¡¡¡una polla como una olla!!! (Y uso la expresión más científica que me viene a la mente). Tú haces parapente porque estás loco y no valoras tu vida ni la de tu hijo. Cuando tu vástago tenía 2 años le encantaba jugar con cajas de cartón y tu jamás le regalaste una... So hipócrita. Te tiras en parapente porque estás enfermo y porque quieres pretender ser un tío chachi, no por la criatura. Tampoco pongas la excusa de que hay que vivir la vida y sumar experiencias. Hacer puenting es incompatible con la vida. Esto es así. Además ¿Quién dice que hacer submarinismo entre tiburones es mejor experiencia que meterte en el sofá con una mantita a ver "Grease"? Ser viejóven es una mierda. Te sientes joven pero no lo eres. Crees tener suficiente experiencia para coger la vida por los cuernos pero en realidad no sabes nada. Los chavales te miran raro y te tratan de usted cuando les preguntas si puedes jugar con ellos a la pelota. Presumes de saber usar ipods, ipads, tablets, applewatch, etc. pero te tienes que poner la pantalla a metro y medio para poder verla. No perteneces a ningún sitio. Seguramente habréis escuchado a alguien decir que a esa edad se empieza a vivir: ya tienes trabajo estable, familia formada, cierto nivel económico, plenitud sexual, experiencia, sabes lo que quieres... Pues bien, tenéis mi permiso para reventarle la plenitud sexual de una patada al próximo que os lo diga. Lo que necesitamos los viejóvenes es quedarnos quietos un fin de semana para que la madurez nos encuentre en casa. La madurez, ese animal mitológico que viste rebequita y apesta a voltarén, nos va a encontrar y por más que huyamos al gimnasio nos acabará encontrando. Seamos dignos y dejémonos pillar. Aunque si teméis dejar de ser viejóvenes, si os da miedo que la vejez o la madurez os pille por sorpresa solo debéis estar atentos a una cosa. En el momento en que trates de decir "este actor actua muy bien", pero te salga "este artista trabaja muy bien" empezarás a oler a tierra, amigo. A partir de ahí, por mucho que vayas en bici o quieras apuntarte a una liguilla de futbito, todo es cuesta abajo y sin frenos.
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